“MANOS BLANCAS, NO OFENDEN”, MI MADRE, MARÍA ROSA, SU IDEARIO DE VIDA

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Nos ha dejado este mediodía, después de una larga y penosa enfermedad contra la que ha luchado y resistido heroicamente más de seis años, mi madre. También la de mis hermanas y hermano Cristina, Luis, Patricia y Raquel; por añadidura, también lo fue como segunda madre de mis hermanas Rosa, Ana y Yolanda, que en Gloria esté.

María Rosa de la Concepción Pérez Álvarez nació un ocho de diciembre de 1940, malagueña y devota de la Archicofradía del Santísimo Cristo de la Expiración y María Santísima de los Dolores Coronada, y orgullosa del Instituto Armado de la Guardia Civil de Valdemoro, que cada año acompaña por las calles de Málaga a nuestros sagrados titulares.

Madre de cinco hijos, nos ha dejado un ejemplo de entereza y resistencia ante la adversidad en su vida digno de encomio. Mamá no tuvo una vida fácil pese a que pudiese parecer lo contrario. Con 17 años perdió a su madre, mi abuela. Demasiado pronto para despedirse de la persona que más y mejor podía aconsejarla en los avatares que la vida habría de darle después. Vivió su infancia rodeada de circunstancias complejas de la postguera civil española. Por dos veces estuvo cerca de perder a su padre, Antonio Pérez Montoro.

Articulista guerrillero que estuvo dos veces frente al pelotón de las tropas franquistas bajo la denominación de “rojo peligroso” y que, pese a ello, salvó la vida en ambas ocasiones. Con el tiempo, acabada la guerra 'incivil', cosas de la vida, fue nombrado jefe de la fábrica de Tabacalera en Málaga y en sus instalaciones vivió mi madre hasta su juventud.

Fue encargada de tienda de los antiguos almacenes de Álvarez Fonseca y regentó con el tiempo una tienda de moda propia junto a su hermana, mi tía Toñi, en El Calvario (Torremolinos). Caravelle la denominaron.
Su hermana fue durante muchos años, junto a su marido, mi tío Baltasar, un apoyo constante para una madre primeriza y en circunstancias nada sencillas para aquellos tiempos en blanco y negro.

Conoció a mi padre, Antonio Merchán Andrés, y como solemos hacer los 'Merchanes', su vida se convirtió en una montaña rusa lejos de la habitualidad y tranquilidad de la que disfrutaba. Reeducó a mi padre en lo que pudo, lo convirtió en más sociable y comprensivo, y fue capaz de hacerlo ver casi como un dandy en su vestimenta diaria. Se puede decir que lo transformó de arriba a abajo además de darle su primer hijo varón.

Mi padre, salmantino y gran empresario, que si bien por las obligaciones de su empresa levantada junto a mi madre no le dedicó durante su vida profesional todo el tiempo que hubiese querido a su esposa e hijos, ha sido un marido extraordinario a su lado todos estos años de penosa enfermedad. Dentro de lo posible, a mi madre no le ha faltado un cuidado ni una atención por su parte, ni prácticamente nada.

Mi madre nos deja, sin embargo, un gran legado y una frase que en los tiempos de feminismo reivindicativo que corren sería válida para una campaña publicitaria de concienciación: “MANOS BLANCAS NO OFENDEN, hijo mío. Nunca pegues a una mujer, respétala siempre y, si es tu esposa, ámala como el día en que te enamoraste de ella".

Mi madre y yo, y créanme que lo siento, hemos discutido mucho, nos distanciamos durante un tiempo e incluso dejamos de vernos de vez en cuando. Es una frase para el aprendizaje y para el ejemplo. Sin embargo, nunca olvidaré cómo jugaba con nosotros en el pasillo de nuestra casa de El Pinillo en Torremolinos, su excelente guisado de carne o sus huesos de santo en Semana Santa. Porque una madre es eso, al igual que la madre y señora de los Dolores Coronada de la Expiración, la que te guía, intercede por ti ante el Padre y nunca te olvida aunque te alejes de casa y de su regazo.
 

Seguro que nos ayudará a todos desde su tribuna celestial al lado de mi tío Pedro, q.e.p.d., a mi padre el primero, y a todos sus hijos, hijas, nietas y nietos por igual. Que el Santísimo Cristo de la Expiración la tenga en su gloria y que tenga el descanso eterno que se ha merecido todos estos años de lucha y padecimiento.
 

Un beso, mamá, y que nos veamos en la otra vida siendo felices y dichosos de pertenecer a nuestra gran familia, descansa en paz y cuídanos siempre.